por David Lozano Díaz
El mote de “haber construido media ciudad” a veces suele ser un término exagerado cuando hablamos de arquitectos que realizaron una gran cantidad de obra. El caso de Julio de la Peña, en realidad no es algo tan fuera de lugar. No sólo por la cantidad de obras sino por lo emblemático que estas son para Guadalajara.
Estudió ingeniería civil en la Universidad Autónoma de Guadalajara donde tomó un diplomado y al final de sus estudios adquirió el título como arquitecto. Esto cuando no existía escuela de Arquitectura en la ciudad. Desde 1936 entra a trabajar en la oficina de Pedro Castellanos Lambley y de los hermanos Martínez Negrete. Y a los pocos años, Julio heredó el puesto de Pedro Castellanos cuando él se retiró.
Desde ahí Julio comenzó a realizar varias obras residenciales, pero sobre todo, a hacerse de un nombre y ganarse la confianza de personas influyentes. Su capacidad para relacionarse y de hacer a cualquier persona su amigo, lo fue colocando en el medio. Por esta razón, decide independizarse en 1953, realizando al poco tiempo algunas de sus proyectos más icónicos.
Fueron más de 350 obras a lo largo de su carrera realizadas en 6 décadas, de los años 40 a los 90 y parte del 2000. La mayoría en Guadalajara, pero también en Ciudad de México, Puebla, Chihuahua, Monterrey, entre otras ciudades. Y a nivel Internacional en California, Estados Unidos y en San José, Costa Rica. Pero son las décadas de los años 50 y 60 las más productivas, donde construyó más de 280 obras. Es en este periodo de dos décadas en el que realizó sus proyectos más relevantes. Obras que desde su creación hasta la fecha siguen siendo hitos urbanos que los tapatíos reconocen.
Entre ellos están: la Glorieta de la Minerva, de 1956. Ubicado en el poniente y en un momento en el que la ciudad se estaba expandiendo. Ésta se convirtió en la imagen de bienvenida o despedida de la ciudad de Guadalajara. Al siguiente año, se concluye la Casa de la Cultura Jalisciense y la Biblioteca Pública del Estado. Dos edificios en uno con un lenguaje moderno pero que recupera e integra elementos tradicionales como los portales y la cúpula.
Para 1962, se le encarga realizar una intervención urbana, la Plaza Juárez, a unos metros de la Biblioteca Pública. Una plaza cívica amplia y monumental que enmarca una escultura de Benito Juárez. Ésta es a su vez enmarcada por un relieve escultórico de José Chávez Morado. Una alegoría a las Leyes de Reforma, pero que hoy se encuentra parcialmente destruida. Al final remataba con una glorieta monumental, con exuberantes jardines, ahora también desaparecida.
El mismo año realizó otras dos obras importantes. El Condominio Guadalajara, por mucho tiempo el rascacielos más grande de la ciudad. Y el Paseo Lafayette hoy Paseo Chapultepec. Es actualmente uno de los andadores más importantes y visitados de la ciudad, sino es que el más. Es un paseo arbolado, que en cada cruce de calles remata la visual con una fuente de cantera de cada lado.
Años más adelante realizó al extremo de este paseo, la Plaza de la República, utilizando la cantera amarilla como elemento característico de la región. Y por último, otro de los grandes edificios de este periodo es el Auditorio del Estado. Un interesante y aventurado estadio multifuncional con cubierta de paraboloides hiperbólicos de concreto lanzado. Lamentablemente por su nulo mantenimiento y alto deterioro, la cubierta colapsó y hoy el espacio es totalmente distinto. El declive en la cantidad de obras inició en la década de 1970. Esto debido a que ya se había consolidado la generación de nuevos arquitectos formados en la ciudad. Había nuevas caras, nuevas jóvenes promesas. Pero esto sólo le dio oportunidad de dedicarse a otros ámbitos dentro del medio arquitectónico.
Se convirtió en presidente del Capítulo Guadalajara de la Academia Nacional de Arquitectura, gestionando actividades constantes que promovieron la divulgación de lo realizado en el gremio. De nuevo, gracias a su actitud tan agradable y notable amistad, se ganó la confianza de sus colegas dentro de la Ciudad de México. Así pasó a convertirse en Presidente Nacional de esta academia por un período, hasta ahora el único tapatío en alcanzar dicho puesto.
Cientos de cosas más se pueden hablar sobre la vida y obra de Julio de la Peña. Y aunque es un reto poder resumir sobre alguien que colaboró con cientos de arquitectos, ingenieros, escultores, pintores y empresas; visitar y conservar su obra es la mejor manera de continuar su legado.