por David Lozano Díaz
En los inicios de la década de los cincuenta, Guadalajara era una ciudad pequeña todavía con aproximadamente 400 mil habitantes con un crecimiento lento pero constante. Una ciudad compacta que quería renovar testarudamente su centro, y a la periferia sólo ampliaba la oferta de vivienda. El creciente uso del automóvil ya había saturado sus angostas calles y ya se había quedado sin suficientes espacios recreativos para sus pobladores.
La plaza fundacional se había perdido cuando se construyó sobre ella el Teatro Degollado en el siglo anterior. Los únicos espacios públicos con proporciones decentes en toda la ciudad eran la Plaza de armas y el Parque Morelos. Este último entonces remodelado por el arquitecto Rafael Urzúa. Ante este contexto, el arquitecto Ignacio Díaz-Morales decidió volver a dotar de un espacio público tan importante como lo era la plaza fundacional pero principalmente ofrecer un espacio gratuito para el descanso, para toda la gente “en el gran patio de su casa grande”, como decía.
Mientras Díaz-Morales realizaba un levantamiento arquitectónico de la Catedral Metropolitana de esta ciudad en 1936, fue que nació la idea. Trabajando en la azotea del edificio miró a los alrededores y pensó lo interesante que sería poder apreciar claramente la monumentalidad de ciertos edificios cercanos. Estos eran, el Museo de Bellas Artes, hoy Museo Regional de Guadalajara, el Teatro Degollado, el templo de San Agustín, el Palacio de Gobierno, y la propia Catedral. Este era un proyecto que fue mejorando al cual tenía mucho interés de realizar, pero no parecía haber la manera de lograrlo. Los únicos colegas a los que les platicó acerca de esta propuesta fueron los arquitectos tapatíos Aurelio Aceves y Luis Barragán Morfín. Por iniciativa propia, estos dos arquitectos, que tenían una gran influencia, llegaron a mencionar el proyecto de su amigo al licenciado Jesús González Gallo. Él se perfilaba para convertirse en el nuevo gobernador del Estado de Jalisco y efectivamente obtuvo el cargo en 1947. Interesado por el proyecto, el nuevo gobernador convoca al arquitecto Díaz-Morales y comienzan a formalizar detalles para comenzar su construcción a los pocos años.
Se trata de un conjunto de cuatro plazas alrededor de la Catedral Metropolitana de Guadalajara que desde vista aérea dan la apariencia de una cruz latina. Esta cruz se ajustó a la traza original de la ciudad en forma de cuadricula. De estas plazas, la única pre-existente es la Plaza de Armas, al lado sur de la Catedral y que da visibilidad a la fachada principal del Palacio de Gobierno.
De la fachada oriente de la Catedral al ingreso del Teatro Degollado había dos manzanas de distancia. Aquí comenzó la construcción de la llamada Cruz de Plazas. Las dos manzanas ubicadas entre estos dos edificios, fueron demolidas. Eran viviendas construidas en su mayoría en los siglos XVII y siglo XVIII pero también había algunos edificios comerciales del siglo XX. El nombre original que se le dio era la plaza De los Poderes pero González Gallo decidió cambiarlo por De la Liberación para conmemorar la abolición de la esclavitud en México. La plaza sur tuvo pocas modificaciones. Conservó su kiosko art nouveau y las cuatro estatuas que representan las estaciones del año. El cambio consistió en el rediseño de la traza, su piso y de las jardineras.
Casi simultáneamente se construyó la Plaza de los Laureles, hoy Plaza Guadalajara, frente la fachada poniente de la Catedral. Aquí ya existía una plazoleta y al lado una pequeña manzana con varios edificios, entre ellos un cine. También se demolieron tanto la manzana como la plazoleta para poder construir un estacionamiento subterráneo, buscando solventar la gran demanda de espacios para aparcar.
Sobre la marcha se iban haciendo ciertas adecuaciones al proyecto realizado y con la construcción de la Plaza Norte fue donde las ideas de Ignacio Díaz-Morales se enfrentaron las del gobernador. En la ubicación de esta plaza se encontraba un templo antiguo, el de Ntra. Señora de la Soledad que ocupaba media manzana y la otra mitad un jardín. El gobernador González Galló solicitó a Díaz-Morales también contemplara la demolición de este inmueble ya que notó que seguía apareciendo en el proyecto.
Para Díaz-Morales era un edificio muy importante que merecía ser conservado, pero para el gobernador, su permanencia hacía que no se lograra la forma de la cruz latina. Ante la insistencia del político el arquitecto realiza los planos, pero al mismo tiempo se separa del proyecto y deja formar parte de la toma de decisiones. En esta plaza se construyó la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres, rediseñada por el arquitecto Vicente Mendiola Quezada, contratado ante la salida de Díaz-Morales. Mendiola por indisposición no acabó de diseñar la Rotonda, solamente la plaza, y finalmente fue construida por el ingeniero Miguel Aldana Mijares. Desde que se dio a conocer este proyecto hubo polémica. Surgieron gran cantidad de comentarios para pedir o que no se construyera o que se hiciera otra cosa. Los comentarios iban desde un pronosticado fracaso turístico, hasta solicitar que se invirtiera mejor en más espacios para estacionamiento y ampliación de ciertas calles.
Dentro de su contexto histórico y social, el arquitecto era alguien que siempre estaba activo y muy propositivo. Aun así, había ciertas limitaciones en su capacidad porque, al no contar con los recursos académicos necesarios en su propia ciudad para formarse, él tenía que ser autodidacta.
La conservación del patrimonio, las tendencias de urbanismo moderno, el renovar la ciudad y otros criterios y necesidades fueron puestos en balanza. Aun cuando la pérdida de diversos edificios históricos es irreversible, la Cruz de Plazas acabó demostrando su funcionalidad todos los días hasta la actualidad ante la visita constante de tapatíos y foráneos, que se sientan, juegan, caminan y contemplan y le dan vida al corazón de la ciudad.